Había un plan. Pellegrini lo tenía claro. Presionar arriba, jugar con personalidad, asumir riesgos. Y durante más de 50 minutos, el Real Betis lo ejecutó con precisión. Supo neutralizar a un Chelsea que llegó como favorito por plantilla, presupuesto y experiencia. Supo adelantarse, contener, y hacer que el partido pareciera posible. Pero cuando se juega al límite, cualquier fallo se paga. El sueño se le fue en media hora.
El marcador no explica el partido. Pero sí lo sentencia. El Chelsea ganó 1-4 en Breslavia y conquistó su primer título de Conference League. Lo hizo a golpe de pegada, de cambios acertados, de fondo físico y, sobre todo, de jerarquía. Cuando el Betis bajó un punto la intensidad, los ‘blues’ aceleraron. Y no hubo respuesta. Fue una lección. Dura, cruel. Pero también útil. Porque el Betis compitió. Porque por momentos, fue mejor. Y porque, aunque acabó goleado, se ganó algo que no se pierde con un resultado: respeto.
Primer acto: valentía con balón y una idea clara
Desde el primer minuto, el Betis no se escondió. Isco manejó el ritmo como en sus mejores días, con apoyos entre líneas, regates justos y pases que desordenaban al rival. Fornals y Johnny funcionaban bien en la recuperación y en la presión. Y por bandas, Antony era verticalidad… pero Abde era fuego.
El 1-0 llegó pronto, en el minuto 9. Recuperación alta, pase entre líneas de Isco, y definición perfecta del marroquí al palo largo. Nada de especular. El Betis quería la final.
El Chelsea no encontraba espacios. Caicedo estaba sobrepasado, Enzo no recibía cómodo, y Palmer, obligado a bajar a campo propio, apenas podía generar peligro. Sólo algún disparo aislado de Madueke o Pedro Neto. Poco más. En defensa, Natan y Bartra aguantaban cada desmarque de Jackson. Sabaly y Ricardo cerraban bien los costados. Todo estaba bajo control.
Pero en una final, eso no basta. Hacía falta el segundo. Y no llegó.
El giro: lesiones, fatiga… y Palmer
Todo empezó a cambiar en la segunda parte. Primero, porque Abde se marchó tocado. Y con él se fue la principal vía de desequilibrio. Segundo, porque el Betis empezó a perder energía. Lo notó en las transiciones, en los duelos, en la claridad para tomar decisiones. Tercero, porque Cole Palmer decidió aparecer.
En el 65’, centro desde la derecha, cabezazo de Enzo Fernández entrando desde segunda línea. Empate. En el 70’, nueva jugada del inglés, esta vez dejando atrás a Jesús Rodríguez y asistiendo a Jackson, que remató casi con el pecho. 1-2.
No fue solo pegada. Fue lectura del partido. Maresca ajustó su estructura, liberó a Enzo, fijó a Jackson y ganó metros con los laterales. Pellegrini reaccionó con Lo Celso y Altimira, pero el partido ya se había roto. El Betis ya no tenía piernas ni ideas. Solo corazón.
El cierre: castigo excesivo y un marcador que no cuenta todo
Con el Betis ya volcado y desfondado, Sancho (83’) y Caicedo (90+1’) ampliaron la diferencia. Ambos goles llegaron en transiciones rápidas, con la defensa sin tiempo ni respiro. Fueron el reflejo de una realidad: el Chelsea, con todo a favor, no perdona.
Pero no fue un 1-4 cualquiera. El Betis, durante más de media final, fue superior. Jugó con personalidad, asumió riesgos y tuvo sus momentos. Compitió contra una plantilla de más de 900 millones de euros con un once lleno de jugadores que, hace dos años, no habían pisado una semifinal europea. Y se va con la cabeza alta.
Detalles que explican todo
- Isco: El mejor del Betis. Tocó más en campo rival que cualquier mediocentro del Chelsea. Dio la asistencia del gol, y fue el futbolista que más veces generó situaciones de peligro hasta que el físico no dio para más.
- Palmer: MVP con dos asistencias. No brilló durante todo el partido, pero fue determinante en los momentos clave. En las finales, eso es lo que cuenta.
- Pellegrini: Su planteamiento inicial fue acertado. El problema no fue táctico, sino físico. El banquillo del Chelsea ofrecía soluciones que el del Betis no podía igualar.
- Mentalidad: El Betis jugó como un grande. Sin complejos. Sin especular. Eso no da títulos, pero sí te acerca a ellos.
¿Y ahora qué?
El Betis no ganó, pero no perdió del todo. Deja huella en Europa. Jugará la próxima Europa League con una base sólida, un grupo unido y una idea clara. Y lo más importante: con una afición que demostró estar por encima del resultado. El “manque pierda” no es solo una frase. Es una forma de vivir.
Este 28 de mayo no se recordará por una copa en la vitrina. Se recordará porque un club que jamás había jugado una final continental se plantó en Breslavia a discutirle el título a un gigante. Y lo hizo bien. Cayó, sí. Pero dejó claro que está en el camino. Y que si sigue así, volverá.
Porque perder una final no te quita nada si sabes qué hiciste para llegar hasta ahí. Y el Betis lo sabe.
Iker Vicente