Dos ciudades por un sueño. El ascenso en un partido. El drama de los play-offs. El fútbol del pueblo… ¡Toma retahíla de tópicos! Volver al fútbol profesional o quedarse en el pozo de la 1RFEF tras 10 meses de lucha, partidos infumables, desplazamientos en bus interminables. Ir a Sestao en diciembre, a Mérida con 35 grados, campos de hierba artificial, filiales con descaro… ¡this is 1RFEF!
Los locales, el Club Gimnàstic de Tarragona, Nàstic para la familia. Una ciudad huérfana de equipos deportivos de élite. Tarragona mira con recelo a Lleida que acaba de ascender a su equipo de baloncesto a la Liga Endesa. Y Girona está en su mejor momento deportivo, fútbol en Champions y baloncesto de nivel en Liga Endesa, masculina y femenina. Tarraco es una provincia que es potencia en hockey patines pero que busca asentarse en la élite futbolera. Por afición que no sea…
Enfrente el Málaga, hace nada equipo de la zona media alta de Primera, y caído en desgracia cuando al niño ya no le gustó más el juguete. Lo que el jeque te da, el jeque te quita. Una ciudad que roza los 600 mil habitantes no puede vagar por 1RFEF. Una ciudad que casi seguro va a ser sede mundialista en 2030. La capital de la Costa del Sol, con el Unicaja codeándose con la élite del baloncesto nacional.
En la ida, 2-1 para los de Martiricos, gol con dos balones en el campo, penaltis, polémicas, y un ambientazo en la Rosaleda digno de Primera. Play-off en estado puro. Y, dentro de lo que cabe, todos contentos. El Málaga por la ventaja en la eliminatoria, el Nàstic porque le bastaba con ganar en su estadio para ascender, ya que fue mejor clasificado en la liga regular.
Prolegómenos calientes. En las semis contra el Ceuta, el desastre organizativo y de seguridad fue terrible. Y eso que desde Ceuta vinieron “sólo” unos doscientos aficionados. Entradas duplicadas vendidas en asientos de socios, gente subiendo por las vallas para cambiarse de grada. Hubo que abrir preferencia superior para que la gente no se acumulase en el fondo norte. Y antes caos para la llegada del bus visitante. Aficiones mezcladas, cordones hechos tarde, apertura de puertas tan solo una hora antes con la cantidad de gente que se acumulaba fuera… para la final aprendieron del error.
El Nàstic salió con ganas espoleado por los casi 15 mil espectadores que llenaban las gradas del Nou Estadi. Salida efervescente pero el Málaga se asentó y empezó a tocar y calmar el partido que languideció hasta el descanso. Impotencia grana y tranquilidad azul.
En la segunda parte, una jugada parecía que desnivelaba el choque. Segunda amarilla (rigurosa se queda corto, injusta a mi juicio) para Nacho en el 63. Pero lejos de desquiciarse, el Nàstic se juntó y solidarizó como nunca y contra todo pronóstico, logró marcar en el 70. Alan Godoy. Locura en la grada, pero quedaban 20 minutos de partido más 30 de una posible prórroga.
El Málaga no conseguía aprovechar la superioridad numérica, sin crear ocasiones claras, y el Nàstic metiendo cambios y piernas frescas llevó el partido a la prórroga. Y otra vez, cuando todo apuntaba a asedio malagueño, el Nàstic consiguió marcar en el minuto 4 de la primera parte de la prórroga. Locura al cuadrado en el Nou Estadi. El sueño más cerca. Al Málaga le hacían falta 2 goles en 20 minutos. El Nàstic, lógicamente empezó a recular y arañar tiempo al tiempo y con el 2-0 acabó la primera parte. 2 goles, 10 jugadores… resistirían?
En la segunda, un rechace del portero grana Varo permitió al Málaga abrir la lata en el 107. Se venía drama hasta el final. Y más que hubo. En el minuto 9 de la segunda parte, desde el fondo se lanzaban balones que no permitían reanudar el juego, como afrenta por el ya famoso gol con dos balones de la ida. Pero esa argucia salió cara y se volvió contra los propios intereses locales. El árbitro cortó por lo sano, paró el partido y todos a vestuarios. Tras tumultos, discusiones y llamadas a la calma se reanudó el partido 6 minutos después.
Aquí sí que el Málaga encerró al Nàstic que achicaba centros y forzaba córneres mientras el tiempo se agotaba. A los 7 minutos de parón el árbitro le dió por añadir 2 más. Y en el minuto 122, sin contar el tiempo en el que el partido estuvo parado, tras 38 jornadas de liga, 4 partidos de play-off y una prórroga, en, literalmente, la última jugada de la temporada, el Málaga tras rechace en un balón muerto en el área marcaba el gol del ascenso. Antoñito Cordero fue el jugador elegido para completar el milagro.
Silencio. Incredulidad. Manos a la cabeza. Negación. Salvo en la esquina de aficionados andaluces donde de verse otro año más en 1RFEF, veían como se le volvían a abrir las puertas del fútbol profesional. Los jugadores malacitanos eran una montaña de felicidad. Enfrente, los granas, tumbados en el suelo, sin fuerzas ni siquiera para sacar de centro, recordando al Bayern de Kahn y compañía en la célebre final de Champions del Camp Nou.
Se hablará muchos años de este partido. En Tarragona claman contra el árbitro (ninguna amarilla para el Málaga tras 120 y pico minutos a pesar de las continuas pérdidas de tiempo con el marcador a favor y alguna entrada a destiempo, así como expulsión completamente desmedida) aunque nada justifica los insultos y peleas posteriores. Y en Málaga porque quizás este partido marque un nuevo mañana en el club, cuyo sitio real es, a imagen y semejanza del Depor, la Primera División.
Hoy llora Tarragona. Ese consuelo de que lo de que el fútbol le debe una mejor otro día. Hoy toca masticar el cabreo. Y Málaga ríe. Ya está de vuelta. Sufriendo, pero de vuelta.
Partido con mayúsculas. Partido de promoción de ascenso con un drama/éxtasis/decepción llevada al extremo. Nocivo para la salud de los aficionados implicados. ¿Justo o injusto? Juzguen ustedes