A pesar de la temprana superioridad numérica, los gibraltareños caen en la ida ante un correcto Estrella Roja que hizo lo justo para no ahogarse.
El Europa Point Stadium llenó sus pocas localidades para presenciar uno de esos duelos estivales en los que ve ondeándose banderas de la UEFA. El Lincoln había superado en la primera ronda al Vikingur feroense. Ahora, le tocaba aguantar en su humilde hogar a toda una apisonadora como lo es el titán serbio de Belgrado, campeón indiscutido allá por los Balcanes. No lo hacía solo, además, ya que los hooligans salvaron la escandalosa distancia que separa al Stadion Rajko Mitic del austero campo de Punta Europa. La fanaticada serbia no cesó en su apoyo durante los 90 minutos.
Un Lincoln sorprendente.
El Estrella Roja no pudo comenzar el partido con la prepotencia propia de ser el máximo favorito. Los gibraltareños volcaron su energía en un combativo inicio en el que alardearon de llevar la voz cantante. Vladan Milojević se desesperó en varias ocasiones y descargó su ira contra el banquillo.
Fiel reflejo de la impotencia visitante eran las duras entradas con las que acosaban a los ‘demonios rojos’. Concretamente, era Tjay de Barr el que veía interrumpidas sus verónicas con intensos cortes dignos de cartulina. La calidad del 10 local saturaba el centro del campo y auspiciaba ciertos acercamientos peligrosos del Lincoln. Los gibraltareños seguían el camino que Ethan Britto marcaba por su banda, la izquierda, y miraban recurrentemente al arco defendido por Matheus.
Una jugada afortunada adelantó a los visitantes.
El Estrella Roja llegaba ocasionalmente a la segunda mitad del campo. Los quiebres de Milson se convirtieron en el arma principal de un equipo que producía solo combinaciones superfluas. Fue precisamente un golpe de suerte -de esos con los que fantaseaban los hinchas locales- el que adelantó al combinado belgradense. Ivanic, a raíz de un error, halló un resquicio en el entramado defensivo y chutó con presteza. El rebote le cayó a Bruno Duarte y este, en boca de gol, remató la faena. Nada pudo hacer el guardameta Nauzet García, hasta entonces inmaculado.
Los entrenados por Juanjo Bezares no cayeron en la ecuanimidad y continuaron su plan de partido. Los 9 de campo que acompañaban a Tjay, siempre pendientes de su batuta, dibujaban desmarques por las bandas y se aventuraban en cacerías de algún que otro balón largo.
La temprana expulsión hizo sufrir al Estrella Roja.
En una de estas, Tjay vació la paciencia de su marca y este, nublado de mente, descargó su rudeza. El coreano Seol le golpeó con el pie a la altura del muslo y vio la cartulina roja. Los albinegros disponían de más de 45 minutos y ambicionaban la igualada, esperanzados por la superioridad numérica.
La segunda parte fue un monólogo gibraltareño. Mientras que los de Belgrado apenas avanzaban más que con improductivos balonazos, el Lincoln depositaba centros insistentemente en vistas del cerrojazo defensivo serbio. Estos eran articulados según el manual de cómo romper bloques bajos, pero las carencias lógicas tanto de los centradores como de sus comitentes provocaban que fueran poco germinativos.
El Estrella Roja usó las espontáneas asincronías de los jugadores rivales -carcomidos, quizá, por los comprensibles nervios- para intimidar a Nauzet. Sin embargo, solo tuvo que emplearse en un par de ocasiones.
El tiempo avanzaba inexorablemente y el Lincoln no encontraba el empate. De los centros más precisos extraían remates convincentes, pero ninguno letal. La ida finalizó con un agridulce empate dadas las circunstancias del partido. El Estrella Roja, con la vuelta a disputarse en su feudo -al que llaman pequeño Maracaná- se sigue viendo con pie y medio en la siguiente ronda. Al Lincoln Red Imps le queda el orgullo.