Desde que se celebra en Arabia Saudí se convirtió en un torneo prostituido donde el mérito deportivo pasó a segundo plano en favor del dinero de un país extranjero.
Siempre he sido un futbolero muy clásico. Cuando empiezo un modo carrera en el FIFA (siempre ha sido el FIFA, me niego a llamarlo EAFC) mis jugadores titulares llevan dorsales del 1 al 11. Si a mitad de temporada le quito la titularidad a uno de los jugadores, le quito el dorsal privilegiado y se lo doy a su sustituto para que siempre sean del 1 al 11. Este es sólo un pequeño ejemplo de mi amor por el fútbol clásico y mi aversión por el fútbol moderno.
Si me preguntas cómo creo que debe ser una Supercopa, la respuesta es sencilla. Campeón de Liga contra campeón de Copa, partido único, sede neutral. Punto. Y por supuesto, que no se celebre los años en los que el mismo equipo gane Liga y Copa, y se le entregue el trofeo directamente. Ese es mi ideal. Por eso podrás imaginar que cuando en 2019 se anunció el cambio de formato del torneo, el torneo murió para mi.
Empecemos por el formato. De las cinco ediciones disputadas bajo este nuevo formato (escribo esto antes de disputarse la final de la presente temporada), cuatro de ellas fueron ganadas por equipos que no habían ganado ni Liga, ni Copa. Sólo la temporada pasada se rompió esta estadística con la victoria del Real Madrid campeón de Copa contra el Barcelona campeón de Liga. Todas las anteriores ediciones el trofeo fue levantado por subcampeones, e incluso en su primera edición, por un semifinalista de Copa. Un sinsentido.
Continuemos con la fecha. Y es que la palabra “Supercopa” en mi cabeza significa “inicio de temporada”, significa “agosto”. Pero, claro, no puedes jugar a primeros de agosto en Arabia Saudí porque los MVP del torneo serían Golpe de Calor y Lipotimia, así que hay que jugarla en invierno, como sucedió con el último Mundial.
Lo que nos lleva directamente al país organizador. Aquí no quiero entrar mucho en política, en la dictadura teocrática, en la ausencia de derechos humanos especialmente para mujeres y homosexuales, pero aunque paso de puntillas por este argumento, creo que es importante mencionarlo. Donde sí quiero hacer hincapié es en el tema económico, y es que cuando el dinero entra por la puerta los principios saltan por la ventana.
Desde que se anunció el cambio de formato hace cinco años largos lo primero que pensé fue “torneo prostituido para que siempre participen Real Madrid y Barcelona, independientemente de su desempeño la temporada anterior”. Y es que en una liga tan desigual como la española, donde el segundo máximo ganador (Barcelona) tiene 27 y el tercero (Atlético de Madrid) tiene sólo 11, es noticia cuando Barcelona o Real Madrid quedan fuera el top 2. Con lo cual, salvo hecatombe, la Supercopa siempre contará con estos dos equipos.
Por ejemplo, la temporada pasada, cuando el Girona comenzó a perder fuelle tras haber sido líder de la clasificación durante gran parte del año, un espectador comentó en el chat de FutbolerosTV “el Girona quedará tercero. El Barça quedará segundo por lo civil o por lo criminal. La RFEF no se puede permitir que el Barça no juegue la Supercopa”. Más razón que un santo. Y es que el espectador saudí no quiere ver a otros equipos que no sean Real Madrid o Barcelona, de ahí el desproporcionado reparto de dinero entre los clubes participantes. Por eso las semifinales han tenido poco menos de media entrada y para la final se espera un lleno absoluto. Básicamente la dictadura saudí se ha comprado un Clásico anual (siempre que ambos hagan los deberes en semifinales, cosa que a veces no ocurre) igual que yo me compro una camiseta de fútbol, es decir, porque puedo y porque quiero. Un capricho.
Con esto no quiero remover conciencias ni nada por el estilo. Tú que estás leyendo esto, ¿quieres seguir la Supercopa? Adelante, estás en tu derecho, disfrútalo. Lo único que pretendo es explicar por qué para mi es un torneo que murió asesinado en 2019 a manos de Luis Rubiales y Gerard Piqué.
Que gane el mejor.